La Vigilia Pascual es “la Madre de todas las vigilias”. El domingo de Pascua, por tanto, es el mayor de todos los domingos, y el Tiempo Pascual es el más importante de todos los tiempos litúrgicos. Pascua es la celebración de la resurrección del Señor de entre los muertos, y culmina en la Ascensión al padre y en envío del Espíritu Santo sobre la Iglesia. Hay 50 días de Pascua desde el primer domingo a Pentecostés. Se caracteriza, sobre todo, por la alegría de la vida glorificada y la victoria sobre la muerte, expresada más plenamente en la gran resonante aclamación del cristiano: ¡Aleluya! Toda la fe fluye de la resurrección: “Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación; vana, también es nuestra fe”. (1 Cor 15:14).
“Lo que se siembra no tiene fruto a no ser que muera. Y lo que siembran no es el cuerpo que va a producirse, sino una semilla de trigo, quizá, o de alguna otra cosa… Así es también en la resurrección de los muertos. Se siembra corruptible; pero brota incorruptible. Se siembra sin honor, pero brota glorioso. Se siembra débil, pero brota poderoso. Se siembra en un cuerpo físico; pero se levanta en un cuerpo espiritual. Si existe un cuerpo natural, también hay uno espiritual. Así, también, se escribe: “El primer hombre, Adán, se convirtió en un ser vivo,” el último Adán en un espíritu dador de vida. Pero el espiritual no fue el primero; más bien el natural y luego el espiritual. El primer hombre nación de la tierra; el segundo hombre, del cielo. Como hubo uno terrenal, también son todos los terrenales, y como es el celestial, también todos los celestials. Así como hemos llevado en nosotros la imagen del terrenal, también llevaremos la imagen del celestial” (1 Cor 15: 36-37, 42-49).