ESCRITO POR CANCIANO FLORISTÁN
La semana santa conmemora la pasión y resurrección de Jesús, núcleo central de los evangelios, artículo básico del credo cristiano y acontecimiento decisivo en la historia cultural y religiosa de Occidente. Los tres relatos de la pasión según los sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) se leen el Domingo de Ramos a lo largo de los tres ciclos litúrgicos. La pasión de san Juan se proclama, desde el s. II, el Viernes Santo. Los cuatro textos narran la pasión con énfasis y riqueza de detalles, de una manera larga, continua y ordenada, en un estilo que difiere de cualquier otra literatura que cuenta la batalla final y la muerte de un héroe.
Jesús fue acusado de clotón, mago. Blasfemo, falso profeta, galileo rebelde, quebrantador del, sábado purificador del templo, embaucador del pueblo y alterador del orden público.
Es lógico pensar que tuvo el presentimiento de una muerte violenta, a juzgar por las acusaciones que recibió. Después de un juicio sumarí sino fue condenado a muerte por Pilato, a instancias del sanedrín judío y del sumo sacerdote Caifás. Jesús murió crucificado el viernes 14 del mes de Nisán, hacia las tres de la tarde.
El cómo y el porqué de la muerte de Jesús tiene una estrecha relación con el cómo y el por qué de toda su vida. La interpretación última de la muerte de Jesús, o si se quiere primera, es teológica.
Según el hilo conductor de la pasión, Jesús sube a Jerusalén, entra triunfalmente el Domingo de Ramos, despliega su última actividad durante tres días, es arrestado el Jueves Santo a la noche, crucificado el Viernes Santo por la tarde y resucita el Domingo pascual de madrugada. La pasión pone de manifiesto la condena de Jesús, consecuencia de su comportamiento a favor de los demás, frente a la hipócrita ortodoxia saducea y el dominio injusto romano.
Jesús murió porque lo mataron. Pero los textos bíblicos van más lejos y reflejan la muerte ejemplar del justo sufriente o del cordero pascual, que borra el pecado del mundo y nuestros pecados.